El típico post de introducción
La música es un fenómeno social.
Después de tres años queriendo hacer este blog podría haber buscado una cita más guay para empezarlo, ¿verdad? Pero no me gusta irme por las ramas así que, para explicar de qué quiero hablar aquí, esta frase es la mejor y la más breve: La música, entre otras muchas cosas, es un fenómeno social.
Desde el auge de los madrigales hasta las bandas de K-Pop, la música ha estado sujeta a modas, a sus propias mareas y devenires. Las circunstancias sociales y culturales hacen que una canción o un estilo, de pronto, conecte con las personas a un nivel más o menos masivo. En los casos más brutales, este fenómeno es el que hizo que, por ejemplo, en el siglo XVI un género de canto a seis voces se extendiera como la pólvora por toda Europa e Italia se convirtiera en icono cultural. Actualmente, la misma «magia» motiva a cientos de jóvenes a aprender coreano e interesarse por un país que, probablemente, les era muy desconocido hasta que escucharon Gangnam Style o Fire de BTS.
Venecia, ciudad en la que realizó casi toda su producción Monteverdi, uno de los principales superstars del madrigal, y el grupo coreano BTS, superstars del K-Pop. Imágenes: Pixabay y www.infobae.com |
De todas las facetas de la música, son la faceta psicológica, la emocional y la social las que más repercusión tienen en nosotros de manera directa y de las que surgen algunos de los análisis más interesantes, a mi parecer. Lo individual se proyecta hacia lo social y lo social afecta a lo individual, también en la música.
Estos factores se retroalimentan y dan lugar a realidades que definen
nuestros gustos, pasiones e incluso identidades, al menos hasta cierto
punto.
Pero ¿qué es concretamente el aspecto social de la música? ¿De qué va todo esto? Pues son todas las ideas, valores, significados, estéticas y funciones que relacionan cada canción, disco o banda con la cultura concreta, el momento histórico y las circunstancias sociales en las que nacieron. También tiene que ver con la música como parte de la identidad de las personas, como forma de comunicación, como vehículo de socialización y como influencia en nuestra manera de ver el mundo.
Imagen: Pixabay |
Un ejemplo personal: Con 16 años cambié de instituto y tuve que buscar un nuevo grupo de amigos. La gente con la que empecé a relacionarme por entonces fue muy maja y me aceptó de inmediato. Eran chicos y chicas con muchos intereses y muy fans del heavy metal. A mí también me empezó a gustar, no sé si de forma genuina o al principio solo para integrarme.
Era por entonces el año 1998, cuando comenzaban a petarlo muy fuerte grupos como Blind Guardian con el disco Nightfall in Middle Earth, Nightwish con el Oceanborn o Helloween, manteniéndose incombustibles desde los 80. El power metal se batía el cobre con el nu metal y el thrash de toda la vida, abriendo camino a un nuevo tipo de fans del género: los powermetaleros o «heavies roleros», como les llamaban algunos, a veces con cariño y otras con un poco de mala leche.
Mi primer contacto directo con el heavy metal fue una cinta de cassette que me hizo uno de mis nuevos amigos, Isaac. Era la clásica mixtape que nos grabábamos unos a otros en los 80 y 90 para que Fulanito o Menganita se hiciera una idea de las canciones que más molaban dentro de un género o estilo. Las mixtapes eran por entonces una cultura en sí misma. Recibir una era ser agasajado con un regalo muy personal para compartir la pasión por la música; una ofrenda un poquito egocéntrica, eso sí, (por ese anhelo de que a los demás les guste lo mismo que a nosotros) pero entrañable, cuya elaboración llevaba una considerable cantidad de tiempo y de REC-STOP-REC-STOP, y con una limitación de minutos que te obligaba a ser muy selectivo.
La mixtape que me dio Isaac tenía canciones de los grupos mencionados más arriba además de Rhapsody, Angra, Hammerfall y otros que ya he olvidado. Era la mixtape más «heavy rolera» que uno se podía echar a la cara 😂. Por supuesto, enseguida se convirtió en una de mis cintas de cabecera.
El Spotify de los 80 y 90. Pixabay |
En esa época, al cambiar de centro y comenzar el bachiller de Humanidades, empezaba a sentirme mucho más a gusto con todo: con el ambiente del instituto, con los estudios y con la oportunidad de participar en actividades que me motivaban, como un grupo de teatro o un periódico escolar. Fueron dos años muy buenos en los que compartí casi todo mi tiempo con gente con mis mismos intereses y con quienes conectaba muy bien, algo que hasta entonces había sido la excepción y no la norma. Por eso, para mí las canciones de esa mixtape quedaron asociadas a cosas buenas.
En mi nuevo grupo de amigos teníamos otras cosas en común además del power metal flipado de finales de los noventa, pero era la música la que definía a qué locales íbamos al salir por la noche, cuáles fueron nuestros primeros conciertos y qué banda sonora poníamos a los momentos importantes de nuestra adolescencia. En mi ciudad de nacimiento, una ciudad pequeña/pueblo grande de Andalucía oriental, solo había un bar heavy. Allí era a donde íbamos en peregrinación y nos reuníamos con gente de otros institutos o que ya no estudiaban a escuchar temazos, beber calimocho con licor de mora (la especialidad de la casa), cantar a gritos Eagle fly free y hacer todo lo que hace un adolescente de pueblo a finales de los noventa, pero con los Maiden de fondo.
Así pues la música determinó nuestro lugar de encuentro, y, en algunos casos, también nuestra vestimenta y por defecto cómo nos etiquetaban en el pueblo, donde no había más tribus urbanas que un puñado de chavales repartidos entre los jeviacos (apelativo propio de mi pueblo para los fans del heavy metal) y los raperos. Estos últimos posteriormente se extinguirían, D.E.P.
El Más Madera sigue existiendo y siguen sirviendo su icónico calimocho con licor de mora. Imagen: https://es.foursquare.com |
También estos inicios definieron los géneros musicales que exploraríamos inmediatamente después y el tipo de gente que conoceríamos al crecer y pasar a la universidad.
Fue por entonces, ya en torno a los 20-21 años cuando me hicieron por primera vez la pregunta que pone título a este blog: «Ah, ¿te gusta tal grupo? Pues dime tres canciones». En su momento respondí, sintiéndome muy herida en el orgullo porque odiaba que pensaran que era una poser y no lo suficientemente true 😂.
Ahora esas cosas me parecen chorradas. Desde hace años me hago preguntas más interesantes, creo yo, que citar tres bandas de black metal, o de thrash, o tres discos de <inserte banda underground> para demostrarle a cualquier random que tus gustos son lo suficientemente comprometidos y auténticos, signifique eso lo que signifique.
Perdón por no saberme toda la puta historia de los orígenes de Immortal, suélteme el brazo. |
¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? ¿Hasta qué punto definen nuestros gustos, así como el éxito de las bandas, las circunstancias sociales del momento? ¿Qué repercusión tiene la música en la sociedad? ¿Nos gustarían las bandas que nos gustan si no tuviéramos vivencias asociadas a ellas?
¿Me habría interesado alguna vez el metal si no hubiera estado rodeada de las circunstancias personales y sociales de ese momento? ¿Me habría gustado ese estilo si no hubiera sacado Nightwish el Oceanborn a finales de 1998 o si las letras de Blind Guardian no versaran sobre El Señor de los Anillos? ¿Me habría gustado Sonata Arctica si no hubiera escuchado el Ecliptica con emoción, rodeada de mis amigos, flipadísimos todos con el power metal y hambrientos de algo nuevo? ¿Me habrían entrado bien esos sonidos si no me hubiera pasado los años anteriores escuchando Queen y Bon Jovi hasta la saciedad en casa de mis amigas del colegio, fangirleando y aprendiéndonos las letras como si fuéramos a examinarnos de una oposición? ¿Tendría las preferencias musicales que tengo hoy si no tuviera tantos recuerdos asociados a esa música, la que escuchaba con mis colegas pero que también pinchaban en los bares a los que íbamos, que movía a la suficiente gente como para hacer festivales y conciertos en los que viví momentos inolvidables?
Mi inquietud por estas preguntas (para las que, ya lo adelanto, no tengo respuesta; al menos no una que se pueda desarrollar en un blog sin morirnos de aburrimiento) y mi pasión por la música es la que me lleva cosquilleando hace unos años con las ganas de abrir un blog. Y al fin lo he hecho 💃
Aquí, en Pues dime tres canciones, publicaré artículos dos lunes alternos de cada mes hablando sobre grupos, músicos y músicAs, discos o canciones que me parecen interesantes y la huella que han dejado en la sociedad, ya sea grande o pequeña, junto con algunas anécdotas para hacerlo ameno e interesante 😊
Espero que disfrutéis mucho de ellos y os aporten cosas nuevas, o si no, por lo menos, perspectivas diferentes.
¡Nos vemos en la próxima!
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+Info:
«El madrigal italiano desde su inicio hasta su plenitud», artículo de Naser Rodríguez García: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7323887
«La creación de identidades culturales a través del sonido», artículo de J. Hormigos-Ruiz: https://goo.su/Ey51eJY
https://twitter.com/Hendelie
ResponderEliminarhttps://twitter.com/Idril_Susurra
Me tiene sin cuidado lo que digais de mi pues no sois nadie, sois escoria, no os conozco y no me interesa, infelices