Eurovisión antes de Eurovisión: Sängerkrieg, Juegos Florales y otras hierbas

 

Decía Frank Herbert, el autor de Dune, que competir es prepararse para el fracaso. Sin embargo, desde la Antigüedad, el ser humano ha encontrado un extraño placer en las competiciones, los concursos y la superación de pruebas para demostrar la excelencia.

 

«Ser el mejor» es un concepto con una parte problemática, una especie de frase-cadena que, por suerte, a día de hoy ha perdido parte de su fuerza en el mundo globalizado, sustituido en muchos casos por «ser lo mejor que yo pueda ser». Sin embargo, sigue muy vigente en algunas competiciones modernas, tanto deportivas como artísticas. Y entre todas las competiciones musicales, no hay ninguna tan de moda actualmente como Eurovisión.

 

Hubo un tiempo en que ganar Eurovisión no significaba gran cosa, pero actualmente grupos como Måneskin han lanzado su carrera gracias a ello.
 

Desde su nacimiento en 1956, Eurovisión ha tenido distintas fases en cuanto a popularidad, con épocas en las que el interés era casi nulo y otras en las que se convertía en un evento multitudinario compartido por buena parte de la sociedad. En las últimas décadas, Eurovisión se ha caracterizado por unir de forma más explícita que nunca a un público progresista, moderno, queer y queerfriendly que disfruta con pasión y debate acaloradamente sobre los candidatos, las preselecciones y los pequeños y grandes piques en todas las redes sociales. Se trata de un evento que, guste más o menos, llega a todos los oídos durante sus fases previas y su temporada de celebración, y cuya pasión casi cofrade se contagia con muchísima facilidad.

 

La primera edición, en 1956, pretendía fomentar la hermandad entre las distintas naciones europeas tras la II Guerra Mundial.
 

Sin embargo, este fenómeno no es nuevo. Los concursos de canciones llevan existiendo desde hace milenios, o al menos así lo atestiguan las pruebas históricas. Tucídides ya escribió sobre competiciones musicales en Grecia en torno al año 400 a. d. C. y no parece que fuera algo novedoso, pues varios estudios sostienen que la poesía griega se creó por y para ser recitada y que probablemente existieran concursos de poesía y canto desde la época micénica (1700 a.d.C.). De estas competiciones, la más conocida son los Juegos Píticos, unos juegos que se celebraban cada cuatro u ocho años en honor a Apolo y que al principio consistían en cantar y recitar un poema de alabanza a este dios, acompañado de la lira. Más adelante, cuando los juegos se volvieron más complejos, incluían pruebas de recitado acompañado con cítara u otros instrumentos, pruebas de interpretación teatral (coro), pruebas de solo de flauta en cinco partes conmemorando la victoria de Apolo sobre la serpiente Pitón y otras pruebas de carácter no musical, como competiciones gimnásticas o carreras de caballos. Es de señalar que, desde el principio de estos Juegos, se han registrado varias victorias de mujeres en algunas categorías, aunque actualmente aún no se puede determinar si participaban de forma habitual o eran casos puntuales. Pero bueno, es importante subrayar que estaban ahí, como siempre lo han estado. 

 

Artistas griegos tocando instrumentos mientras un picarón intenta desconcentrar al de la pandereta para que pierda el concurso.
 

También sabemos que las culturas celtas y nórdicas hacían competiciones poéticas y musicales con cierta frecuencia y que también las hubo en China, aunque no hay tantos registros de estas prácticas como los que conservamos de la antigua Grecia. Pero es que a los griegos les encantaba competir, ensalzar a la gente que ganaba y apuntarlo todo bien apuntado.

 

En épocas históricas posteriores, la tradición de este tipo de concursos se mantuvo viva sobre todo en el centro de Europa y en los países mediterráneos. Concretamente, son muy destacables las Floralia o Juegos Florales, que, con origen en la Antigua Roma, se extendieron por las regiones del antiguo Imperio y evolucionaron hasta convertirse en los Juegos Florales que, aún hoy y desde 1324, se celebran en lugares como Toulouse, Barcelona y otras localidades grandes y pequeñas. No obstante, dada la evolución del arte poético y cómo este se fue separando poco a poco de la música, los juegos florales actuales no siempre mantienen pruebas musicales y muchos se centran solo en lo literario.

 

En 1859, varios literatos e intelectuales catalanes se reunieron en Montserrat para revivir los Juegos Florales.
 

Aun así, la que para mí es la verdadera Eurovisión del mundo antiguo y medieval, es la Sängerkrieg del castillo de Wartburg. Se ha escrito mucho (y sobre todo en alemán) acerca de este concurso de trovadores que, presuntamente, tuvo lugar en un castillo de Turingia en el año 1207. Y digo presuntamente porque aún no se sabe a ciencia cierta si los eventos que se narran acerca de la Sängerkrieg sucedieron de verdad o no, aunque varios estudios apuntan que, al menos, tiene base en un evento real. 

 

Yo no veo mucha diferencia, la verdad.

 

 

En esta peculiar Eurovisión participaron trovadores de distintas partes de Europa: alemanes, por supuesto, pero también franceses, italianos… y el hechicero húngaro Klingsor. Para que os hagáis una idea, en comparación con la actualidad es como si en Eurovisión participasen Blanca Paloma, Da∂i Freyr, Måneskin y Gargamel, el malo de los Pitufos. Durante el concurso sucedieron todo tipo de dramas: Durante las primeras pruebas se eliminó a varios concursantes sin grandes tragedias pero, a medida que la cosa avanzaba, la competitividad y las envidias empezaron a surgir. Según los escritos medievales que se conservan, una de las pruebas finales era la Fürstenlob, o «alabanza al príncipe» en la que los seis finalistas debían colocarse ante el conde y la condesa de Turingia y cantarles alabanzas para demostrar quién lo hacía mejor. Es decir, una competición de hacer la pelota, ni más ni menos. Aquí rivalizaban los seis finalistas, todos grandes trovadores con nombres y apellidos que se han conservado en los registros. Uno de ellos, Heinrich von Ofterdingen, llevaba todas las de ganar al ser el mejor haciendo la pelota, pero los otros cinco consiguieron engañarle para que su cántico de alabanzas terminase ofendiendo al conde, que lo conde-nó a muerte (perdón por el juego de palabras). La condesa, en cambio, se apiadó de él y le concedió un plazo de un año para enmendar el entuerto haciendo un cántico de alabanza en condiciones, plazo durante el cual se suspendió el concurso. Para mantenerse favorito y ganar el certamen (y para sobrevivir), Heinrich viajó a Hungría donde hizo un pacto con el hechicero Klingsor, quien le prometió salvarle la vida a cambio de que le dejara participar en su lugar durante el resto de la Sängerkrieg. Heinrich aceptó y Klingsor cumplió su palabra, regresando con él a Turingia y ayudándole a superar la prueba. El conde le perdonó la vida y Klingsor continuó como participante en el concurso.

 

 

Espero que ganase el pájaro.
 

Más adelante, tras varias aventurillas más entre las cuales se encuentran algunos amoríos platónicos y no tan platónicos, tuvo lugar otra prueba que yo considero como correspondiente a la final de Eurovisión: el Rätselspiel. Y lo considero como la final porque es donde fueron a tope con todo. Aquí se enfrentaban en duelo poético el trovador Wolfram von Eschenbach y… sí, el hechicero Klingsor. Al principio al parecer iban muy igualados, pero pronto Wolfram se vino muy arriba y empezó a cosechar tremendos aplausos. Ante eso, Klingsor decidió invocar un demonio, que sería el equivalente a salir a cantar en la final con un traje increíble y muchos fuegos artificiales. El demonio cantaba sobrenaturalmente bien y era difícil ganarle con esa ventaja, pero Wolfram empezó a cantar entonces recitando los misterios cristianos y el demonio fue incapaz de responder, culminando todo esto con la victoria de Wolfram von Eschenbach, que imagino que después se fue de gira y ganaría bastantes marcos. O eso espero, porque después de vencer a un demonio cantando, qué menos.

 

Wolfram von Eschenbach (en la imagen con un yelmo gigante que debería desestabilizarle la cabeza) es un personaje real, caballero y trovador, símbolo del ideal caballeresco del medievo alemán y creador del poema Parsifal, entre otras cosas.

 

La Sängerkrieg forma parte de las leyendas históricas más populares de Alemania a día de hoy y, como toda buena historia o toda buena canción, dio lugar a distintas obras derivadas entre los siglos XVII y XIX, como algunos cuentos de Hoffmann y Grimm o la ópera Tannhauser de Richard Wagner.

 

Como veis, eso de juntarse para hacer un concurso de canciones y ya de paso difundir ideas a través de la cultura (ensalzar las identidades nacionales, las religiosas o cualquier otro elemento social común) viene de lejos. Y siempre tiene que ver con mucho más que con la música. Política, creencias e intereses de todo tipo se ponen en juego en estas competiciones en las que aún nos preguntamos qué significa «ser el mejor» y hasta qué punto se tiene en cuenta lo que es formalmente bueno o lo que más le gusta a la gente. Pero, sea cual sea el resultado, eventos como estos siempre nos dan horas de diversión, mucho de lo que hablar y momentos de entusiasmo y fangirleo, aunque ahora ya nadie invoque demonios en el escenario.

 

¡Disfrutad de Eurovisión 2023!

 

 

 

 

 

+ Info:

 

Cómo se juzgaba “quién era el mejor” en las competiciones de la antigua Grecia, paper de Yunus Tuncel: https://fontearetusa.files.wordpress.com/2019/06/tuncel-paper-agon-and-victory-in-musical-contests-in-ancient-greece.pdf

 

Los juegos píticos: http://ancientolympics.arts.kuleuven.be/eng/TB002EN.html

 

En Tópicos y temas floralistas, Francisca Soria Andréu habla sobre cómo se utilizaban los Juegos Florales en el siglo XIX para difundir ideas políticas y sociales: https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/22/82/05soria.pdf

 

En esta página se explica mucho acerca de la Sängerkrieg y sus participantes, pero está todo en alemán: http://minnesang.com/saengerkrieg.html

 


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